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Instituto de Filosofía

A propósito del día mundial de la filosofía


Foto de Eduardo Fermandois
Profesor Facultad Filosofía
Esta columna reflexiona en torno al día de la Filosofía y el sentido concreto de esta disciplina.

Hay un cierto error, me digo, en la subestimación del riesgo que conmemoraciones del tipo «el día mundial de esto o lo otro» conllevan casi siempre, el conocido peligro de terminar claudicando, con decencia o con descaro, ante el imperio de los lugares comunes acerca de esto o acerca de lo otro. Por iniciativa de la UNESCO, cada tercer jueves de noviembre recordamos año a año la importancia de la filosofía para la democracia, su rol crucial en todo ámbito educacional, las ventajas del espíritu crítico e interrogador. Asuntos tan trillados, ¿no? Por otro lado, ¿no son precisamente esos los temas, u otros muy afines, sobre los que conviene detenerse en este día? Lo que haré para sacudirme las frases estereotipadas con las que otra buena iniciativa podría acabar en otro rito vacío, será abordar un par de esos temas desde una mirada local y concreta. Una columna con cierto sabor a balance. 

El balance no puede comenzar sino por lo más concreto, lo más real: la reciente muerte de Roberto Torretti, uno de los filósofos más importantes que ha conocido nuestro país. Puede que el valor de su obra resalte aún más si se toma como telón de fondo el siglo pasado en Chile, un «siglo corto de filosofía», como lo calificó el querido José Jara, otro colega que ya no está. Sin embargo, la obra de Torretti brilla también por sí sola, al tiempo que trasciende el ámbito local. Son tantas, pero tantas las publicaciones que avalan todo lo anterior: el monumental libro sobre Kant (Ediciones UDP); los artículos recogidos en sus Estudios filosóficos que ya completan cinco volúmenes (Ediciones UDP); su traducción del Filoctetes (Tácitas) y la versión que elaboró de un episodio de la Historia de la Guerra del Peloponeso para publicarla con el título Por la razón o la fuerza (Tácitas); no pocas traducciones desde el latín, el alemán, el inglés y el italiano (y espero no omitir nada); los influyentes libros sobre filosofía de la geometría y filosofía de la física que comenta aquí un discípulo y entendido; las conversaciones con Eduardo Carrasco que se publicaron bajo el sugerente título En el cielo sólo las estrellas (Ediciones UDP); y la lista sigue. En la última de esas conversaciones Torretti habla sin pelos en la lengua sobre la muerte, «un tema muy importante», como dice entre risas; quiero citar a modo de homenaje un pasaje que no solo es reflejo de una ironía muy característica: «Claro, podría pensar que es preferible vivir 1.000 años en vez de 100, o en vez de los 80 que estoy cerca de cumplir. ¡Podría hacer tantas más cosas! O vivir 100.000 años. Pero si viviéramos 100.000 años estaríamos prácticamente en lo mismo, porque todos nuestros proyectos estarían ajustados a vivir 100.000 años, e igual ese plazo nos quedaría corto.» Mientras me imagino el tono socarrón con que don Roberto sacaba esas cuentas, pienso que sus 92 años definitivamente no le quedaron cortos. (...)


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