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Una Reflexión Semanal

Las mascotas en el centro de la familia universal


Foto de Román Guridi
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Profesor Facultad Teología
“Porque todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros” (LS 42). 

Todavía está fresco en la memoria el caso de maltrato animal que originó el nombre popular de la ley sobre tenencia responsable de mascotas y animales de compañía en Chile: Ley Cholito. Y es por eso que las palabras del papa Francisco en la primera audiencia pública de enero de 2022 en relación con el lugar de las mascotas en la vida familiar y su posible incidencia en el decrecimiento de los índices de natalidad pueden haber causado sorpresa: “muchas parejas no tienen hijos porque no quieren o tienen solamente uno porque no quieren otros, pero tienen dos perros, dos gatos. Sí, perros y gatos ocupan el lugar de los hijos. Sí, hace reír, lo entiendo, pero es la realidad” (05/01/2022).

La sorpresa brota de varias preguntas posibles: ¿cuál es la perspectiva católica en relación con las mascotas y su participación en la vida familiar? ¿Tienen valor en sí mismas las mascotas y no solo en función del bienestar que nos aportan? ¿Cuáles son los deberes que tenemos hacia ellas que es preciso resaltar? ¿Cómo se definen? ¿Cómo dar cuenta desde la vida de fe de la importancia de las mascotas en nuestra vida cotidiana y del afecto que les tenemos? Para responder a estas preguntas es importante tener a la vista la mutua pertenencia a la comunidad de la creación y la necesidad de reconocer diferencias al interior de ella: la centralidad del ser humano, y el lugar propio de cada criatura.

Varios biblistas contemporáneos muestran que la Biblia retrata la relación entre la humanidad y los animales a través de la mutua pertenencia a la comunidad de la creación, que tiene como hilo común el haber sido creados por Dios. Esta mirada teocéntrica reconoce, tal como lo señala Laudato si´, que todas las criaturas –también los animales– son manifestación de lo divino, y en todas ellas hay un reflejo de Dios. Todas ellas poseen un valor intrínseco independientemente de su relación con los seres humanos (LS 33, 69, 140), dan gloria y bendicen a Dios por su sola existencia (LS 33, 69), por lo que deben ser valoradas con afecto y admiración (LS 42). La misma encíclica habla de una familia universal o de una sublime comunión (LS 89) que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde hacia cada criatura. Todo esto resuena con lo que experimentamos cotidianamente con nuestras mascotas: les reconocemos características propias –por algo les ponemos nombres–, participan de las dinámicas familiares, suscitan afecto, nos proveen compañía y aportan de muchas maneras a nuestro bienestar. (…)


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