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Una Reflexión Semanal

Matrimonio: signo real del amor de Dios


Foto de Hernán Rojas SJ
Director Departamento Teología Antofagasta UCN
“El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo ser humano. Trabajó con manos humanas, pensó con inteligencia humana, obró con voluntad humana, amó con corazón humano” (GS 22).

Una pequeña teología de los sacramentos puede ayudar a comprender qué afirmamos al decir que el matrimonio es un sacramento. Tradicionalmente, se habla de un sacramento como un “signo real”. La expresión es paradójica. Un signo es una cosa que refiere a algo distinto de sí mismo: la presencia del signo recuerda la no presencia de lo significado (p. e., la foto de un familiar que está lejos o el recuerdo de unas vacaciones pasadas). Una realidad, en cambio, es algo que precisamente “está allí”.

El sacramento como “signo real” conjuga esos dos elementos: es signo que hace presente lo significado, palabra y gesto que realizan lo que anuncian. Un signo real es lo contrario a una palabra vacía o engañosa, o a una presencia diluida. Al mismo tiempo, el concepto cristiano de “sacramento” hereda la significación del “misterio” del que habla Pablo: En Cristo, Dios Padre ha revelado su plan de salvación que no se detiene ante frontera alguna, alcanzando a toda la humanidad. Así, un sacramento hace presente –trae “más cerca”– esa salvación de Cristo.

El matrimonio como sacramento es “signo real” del amor de Dios por el mundo. No se trata de un amor abstracto e idealizado. Cuando dos personas deciden compartir su vida, formar una familia y asumir el futuro juntos como sea que venga, no lo hacen de manera teórica. Es cuidado concreto cada día, paciencia con las horas más difíciles del/de la otro/a, toma de decisiones en común, trabajar, disfrutar y descansar juntos. Con el paso de los años, será madurar juntos, criar y ver independizarse a hijos e hijas, asumir juntos enfermedades y dificultades. Justamente así de concreto y cotidiano es el amor de Dios revelado en Cristo. Como dice el Concilio Vaticano II: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo ser humano. Trabajó con manos humanas, pensó con inteligencia humana, obró con voluntad humana, amó con corazón humano” (GS 22).(...)


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