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Una Reflexión Semanal

Caminos hacia una auténtica educación


Foto de Pbro. Patricio Trujillo
Vice Gran Canciller de la Universidad Católica de Temuco
“Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia, ante Dios y ante los hombres”. (Lc 2,52)

En muchas ocasiones se ha escuchado decir: “la mejor herencia que se puede dejar a los hijos es la educación”. Parece importante identificar, en este sentido, algunas exigencias comunes para caminar hacia una auténtica educación. 

Para una auténtica educación, se necesita la cercanía y la confianza que nacen del amor. Conviene pensar entonces en la fundamental experiencia de amor que deberían experimentar los niños con sus padres y hermanos, si los hay. Todo educador sabe que, para educar, debe dar algo de sí y que solo de esta manera ayudará a sus alumnos a superar los egoísmos y los capacitará para un amor auténtico.

Los niños, con sus continuas preguntas demuestran que existe en ellos el anhelo de saber y de comprender. Sería muy pobre si la educación se limitara a dar informaciones, dejando a un lado la gran pregunta acerca de la verdad, más aún aquella que puede iluminar la vida y darle sentido (muchas veces estamos muy informados, pero no siempre formados).

Por otra parte, si el sufrimiento forma parte de la verdad de nuestra existencia, debemos poner atención, al tratar de proteger a los más jóvenes de dificultades y dolores, pues se corre el riesgo de formar, por supuesto sin mala intención, personas frágiles y poco generosas, puesto que la capacidad de amar corresponde a la capacidad de sufrir y de sufrir juntos. Se llega, quizás, al punto más delicado de la labor educativa, como es el de lograr encontrar el equilibrio entre disciplina y libertad. Sin normas, de comportamiento y de vida, no se forma el carácter y no se prepara para afrontar las pruebas que no faltarán en el futuro. La relación educativa es, ante todo, encuentro de dos libertades, y la educación, bien lograda, es una formación para el uso correcto de la libertad. El niño, la niña, irá creciendo, se convertirá en adolescente y luego en joven, por lo que hay que asumir el riesgo de la libertad. No para hacer “vista gorda” respecto de sus errores, sino para estar siempre vigilantes y ayudarle a corregir ideas o decisiones equivocadas. (...)


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