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Una Reflexión Semanal

Dios te salve María, llena eres de gracia


Foto de María Natalia Castillo
Profesora Facultad de Letras
María me acompañaba en silencio, porque sí, porque las madres quieren a sus hijos. Y es que lo más hermoso del amor es su gratuidad. "Todo es gracia", le dijo el Padre Hurtado a mi padre. "Todo es gracia", murmuró Santa Teresita de Lisieux en su lecho de muerte. "Todo es gracia", escribió Georges Bernanos en su Diario de un cura rural. "Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios", señala San Pablo (Efesios 2,8).

Como muchos, crecí en una familia católica. Desde niña, sabía de la Virgen, pero no pedía su intercesión. Ya adulta, me vi una vez en peligro. Sin saber por qué, invoqué a la Virgen. Con un Ave María, se instaló la luz y el mal se disipó. Recién entonces creí verdaderamente en ella. María, que "guardaba todo esto en su corazón" (Lucas 2,11), es nuestra principal intercesora. Según la tradición popular, abre las ventanas del Cielo para que las almas entren. Gonzalo de Berceo, en Los milagros de nuestra Señora, cuenta de un sacerdote que solo se sabía una misa, en honor de la Virgen, y que al ser amonestado por su obispo fue defendido por María, agradecida de quien le dedicaba todas las misas del año. Uno de los videntes de Medjugorie (en Bosnia-Herzegovina), donde según testimonios la Virgen se aparece hace años, contó que cuando niño, María le pidió rezar el rosario y visitarla al día siguiente. Él se puso a jugar y olvidó oración y cita; al acordarse, corrió al encuentro y, apurado, rezó solo un Ave María. Pensó que la Virgen se enojaría; ella, en cambio, agradeció su oración, gracias a la cual un alma se había salvado. 

Conocemos de María su Inmaculada Concepción, su virginidad y su sí a ser la Madre del Hijo de Dios, en una época en que ser madre soltera significaba la muerte por lapidación (aún no estaba casada para la Anunciación). Pero eso no es todo. Como conocedora de las Escrituras, debía saber de las profecías sobre el Mesías y, por tanto, de su martirio y muerte temprana (Isaías 53, Salmo 22, Daniel 9,26). 

Con todo, dijo sí (Lucas 1,38). Por amor, dio a luz a Cristo, lo cuidó, lo vio crecer. Lo extravió cuando tenía doce años -¿imaginan la angustia, en ese momento anticipatorio a la profetizada muerte de su hijo?-, lo buscó con desesperación y lo encontró tres días después (anticipo de la Resurrección) en el templo (Lucas 2,49). Y es que ser Madre de Dios es una bendición que no la exime del dolor al que todos estamos expuestos. (...)


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