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Una reflexión semanal

El ardor de la esperanza


Foto de Kattia Segovia
Subdirectora de funcionarios y administrativos, Pastoral UC
Este año no empezó el primero de enero. En nuestros corazones y en la Iglesia, comenzó como siempre: con un Dios hecho niño en Belén. Así iniciamos un Año Jubilar que transformaría vidas, desde lo cotidiano hasta lo extraordinario.

¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino (…)? (Lucas, 24,32). Luego de un ciclo de 25 años desde el último Año Jubilar ordinario, vuelve esta pregunta que nos invita a rebuscar en la vida para encontrar a Cristo que permanece y, en más de un momento, nos toma, nos remece, nos abraza y nos transforma. 

Este año no empezó el primero de enero. En nuestros corazones y en la Iglesia, comenzó como siempre: con un Dios hecho niño en Belén. Así iniciamos un Año Jubilar que transformaría vidas, desde lo cotidiano hasta lo extraordinario. Durante 2023, en la Universidad surgió un anhelo: ofrecer a administrativos y profesionales una experiencia viva de fe, formación y encuentro con Cristo. Conformamos así una delegación que peregrinaría por lugares de devoción y participaría del Jubileo de los Trabajadores en mayo de 2025. De ese modo, se inició una travesía a la luz de la esperanza.

Desde el primer día hallamos sed de encuentros profundos y la alegría de una comunidad que acogía el proyecto. Los meses pasaron y se formó una delegación de 54 personas, expectantes y deseosas de partir. Empacar la ropa era fácil; guardar tantos anhelos en una maleta, no tanto. 

Días antes de iniciar la peregrinación, aconteció el triste fallecimiento del Papa Francisco. Fue un remezón para esta comunidad en formación. No obstante, desde entonces esta se mantuvo firme en oración por la Iglesia: en sede vacante y en medio del dolor, confiamos en el Espíritu Santo para que iluminara la elección del nuevo Pontífice.

Ya en la peregrinación comprendí lo que Dios nos regala en un año jubilar a través de su Iglesia. "Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno —yo en ellos y tú en mí— para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me amaste a mí" (Jn 17,22-23). Día a día, a través de vivencias y testimonios concretos, fui testigo de cómo Dios nos hacía uno al caminar, revelando su amor en lo profundo de cada corazón. 

Entonces entendí que la esperanza siempre estuvo; sólo había que elegir mirar a través de ella. Al repasar el camino y lo vivido por quienes fuimos llamados a peregrinar, doy fe de que la gracia jubilar es real y concreta: vuelve carne lo que fue piedra, sana heridas, borra cicatrices y transforma historias por medio de la oración y la vida sacramental. Reconocí a ese Dios sin límites en la misericordia y en el amor. (...)


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