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Una Reflexión Semanal

El valor del cuerpo humano


Foto de Patricio Lombardo
Profesor Instituto de Filosofía PUCV
“No hay compasión si no hay cuerpo que se ha dejado afectar. Jesús no actuó mecánicamente, ‘vio’ que estaban como ovejas sin pastor y ‘sintió compasión’” (cf. Mc 6,3).

La fe que profesamos confiesa a un Dios que se hace parte de la historia de los hombres y mujeres de este mundo, se hace hombre cohabitando en medio de nosotros “levantando morada” (cf. Jn 1,14), tocando el destino de la humanidad en sus múltiples dimensiones, uniéndose en solidaridad con todo el género humano: “Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (Gaudium et spes, 22).

De ahí que podamos preguntarnos abiertamente por el valor del cuerpo humano a la luz de la fe. Si afirmamos que el cuerpo es el vehículo por excelencia a través del cual exteriorizamos y expresamos nuestra interioridad, nuestra afectividad, nuestras emociones y pensamientos, y a su vez que es Dios quien en su Hijo Jesús expresa su amor a toda la humanidad por medio de palabras y obras manifestadas a través de su cuerpo de carne y hueso, ¿no tendrá el misterio de la Encarnación de Cristo suficiente valor para apreciar nuestra corporeidad humana?

Si Jesús de Nazaret, el Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, da cuenta de lo que es, cuando ve, siente, se emociona, sufre, se alegra, se compadece, se enoja, toca y se deja tocar, valiéndose de su cuerpo como portavoz elocuente del gesto salvífico de Dios por toda la humanidad, ¿no tendríamos que darle una vuelta más a esto?

Ya el Papa San Juan Pablo II en su ‘Teología del cuerpo’ nos hablaba del valor del cuerpo humano como una dimensión constitutiva de la persona humana, así también de las implicancias de este en la vida en comunidad. Nos regresa al relato del Génesis y subraya el carácter de imagen de Dios y su vocación de amor. Esta vocación se ve truncada abruptamente por el pecado, pero en Jesús vuelve a encontrar su valor, ya que es Él quien por su encarnación asume la condición corporal y nos redime a través de su entrega salvífica en el dolor redentor de su cuerpo. (…)


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