La riqueza de las Sagradas Escrituras
Hoy la abundancia de comunicación llega a aturdirnos y nos deja desconcertados. Mientras alguien dice que lo mejor es ir en una dirección, otro más opina lo contrario. A veces creemos en ciertos mensajes que nos prometen éxito y felicidad, pero terminamos defraudados. Incluso, en lugar de poder relacionarnos con otras personas, esa comunicación se puede volver árida o superflua, limitada a breves palabras, fotos y mensajes breves e instantáneos.
En medio de este torbellino de voces, palabras e imágenes, hay un texto que, desde hace más de dos mil años, ha proporcionado un mensaje fiable e imperecedero. Se trata de los libros de la Biblia. Decimos “libros” porque la Biblia es una recopilación de 73 libros, escritos por muchos autores a lo largo de casi mil años. Los pueblos judío y cristiano han creído que en estos se comunica la palabra de Dios, la cual orienta y alimenta nuestras vidas.
¡Cuán preciosas son las Sagradas Escrituras! El profeta Jeremías lo atestigua: “Al encontrarme con tus palabras, yo las devoraba; ellas eran mi gozo y la alegría de mi corazón” (Jeremías 15,16). O bien, en el Salmo 119 leemos: “Jamás olvidaré tus palabras, por ellas tú me das vida” (Salmo 119,93). Así, la Iglesia siempre ha considerado la Biblia como la palabra de Dios, inspirada por su Espíritu. En ella encontramos una luz para corregir nuestros pasos en caso de desviarnos.
Así le sucedió a San Agustín, quien, al momento de su conversión, leyó en la Biblia: “La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revístanse, más bien, del Señor Jesucristo” (Romanos 13,12-14). Al leer este texto, Agustín decidió abandonar la vida disipada que llevaba y comenzar un nuevo camino.
Pero si bien en la Biblia tenemos la palabra de Dios, ésta nos ha sido transmitida en lenguaje humano y, por lo tanto, necesitamos interpretarla. (…)
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