Pentecostés 2025: abrasados por el fuego de Dios
La celebración de Pentecostés (Shavuot ) es una fiesta judía previa a la venida del Mesías. El pueblo de Israel la celebraba cincuenta días después de la Pascua, recordando dos acontecimientos que se remontan a la época del Éxodo (s. XIV a.C.):
a) Que Yahveh descendió del Sinaí y entregó las tablas de la ley (los diez mandamientos) a Moisés (cf. Ex 19,18-20,17);
b) La fiesta de las cosechas, que conmemoraba las primicias, los primeros frutos de la tierra (cf. Ex 23,26).
Ambos hechos se celebraban en una única fiesta: Pentecostés. Para los cristianos, dicha celebración alcanzará su cumplimiento y plenitud con el Pentecostés que vivieron los apóstoles junto a la Virgen María. Ese día la Iglesia primitiva recibió el Don del Espíritu Santo que trajo consigo la nueva Ley, la ley del amor, y que al mismo tiempo es un Don dado a modo de verdaderas primicias, es decir, como los primeros frutos de la cosecha eterna (cf. Rom 8,23). En Pentecostés los cristianos celebramos que, sobre los apóstoles reunidos con la Madre de Jesús, descendió el Espíritu divino, que es cumplimiento y cosecha de la Pascua, el fruto más excelente de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. (...)
Pentecostés es la conclusión de las grandes maravillas con que Dios se ha dado a conocer a su pueblo y a la humanidad toda. La Pascua de Cristo alcanza su fruto más precioso en Pentecostés y la Iglesia se lanza ahora a la misión que el Hijo le dejó: «Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes, al decirles esto sopló sobre ellos y añadió: reciban el Espíritu Santo» (Jn 20,21-22).
La Liturgia que vivimos en la Solemnidad de Pentecostés actualiza este misterio de nuestra fe: el Espíritu Santo desciende y se derrama nuevamente hoy en nuestros corazones y quiere transformarnos, colmándonos de Sí mismo y de Su gracia, para luego ser enviados con Su fuerza. (...)
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