¿Qué palabra anhelamos?
—Escriba sin miedo, joven, que en Chile nadie lee.
Así alentaba Andrés Bello al tímido Diego Barros Arana, consciente de la escasa afición del pueblo chileno a la lectura. Gregarios, festivos, algo pícaros, más bien prácticos, Bello no veía a los habitantes de este país inclinados a elegir la soledad, el silencio, la meditación y la inutilidad inmediata que generalmente caracterizan el leer.
Ah, pero sí que nos gusta la palabra oral: conversar profundo, chacharear de todo, pensar con refranes como Sancho Panza, completar frases manoteando. Porque la otra cara del mensaje de don Andrés es ésta: que en Chile hablamos y escuchamos. Porque en esto coincidimos con todos los pueblos de la tierra: deseamos escuchar.
Cuando un pueblo llamado Israel se puso a la escucha, sus sabios registraron palabra a palabra lo que llegó a ser la biblioteca por excelencia: la Biblia, tesoro de poemas, de narraciones, de cartas, de proverbios, que ya pertenece a la humanidad. Como buenos poetas, esos sabios escribieron sólo después de escuchar la Palabra. Y así perpetuaron el don.
Porque toda poesía, toda obra literaria, intenta nombrar algo, dar vida en la palabra a algo vivido antes. No es cierto que el lenguaje cree realidad; salvo la Palabra de Dios, quien hizo el mundo al decirlo y que después, como Padre, envió al Hijo, palabra encarnada. El poeta, en cambio, busca un nombre. Hasta lo pelea, lo implora.
Ante el horror del mundo, ante el tedio cotidiano, ante la belleza que nos maravilla, queremos al menos una palabra más; desahogarnos, reencantarnos, indagar, celebrar. Y quienes fijan eso en la escritura nos ayudan a seguir nombrando y escuchando. Por eso, Nicanor Parra tenía razón: "No podemos vivir sin poesía".
Y por eso también el Papa Francisco, en su carta sobre el rol de la literatura en la formación de las personas, nos recuerda que en las ficciones literarias podemos "hacer eficazmente experiencia de vida"; es decir, mediante la imaginación desplegada del escritor, descubrir, contemplar, comprender, asimilar mejor nuestra propia vida. (...)
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