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Biobio Chile

¡Quiero respirar!


Foto de Sasha Mudd
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Profesora Facultad Filosofía
¡Quiero respirar!" grita mi hija de tres años, en un estado de desesperación y pánico, mientras un equipo de enfermeras y técnicos de la UCI le aprietan el cuello, le comprimen el pecho y le insertan tubos en su garganta en un intento de aspirar sus pulmones colapsados. Mientras jadea y busca aire, se aferra con todas sus fuerzas a mi mano, como si mi amor pudiera de alguna manera salvarla. Levanto la vista hacia las enfermeras, sus ojos justo por encima de sus mascarillas quirúrgicas. Hay tanto dolor y pena allí, y sin embargo veo que están acostumbradas a lidiar con este caos.

El precio de nuestra indiferencia colectiva frente a la contaminación del aire en Santiago son los pulmones devastados de nuestros niños. Equipos de expertos luchan todo el invierno en las UCI pediátricas para mantener abiertas las vías respiratorias infantiles. Esto es “pan de cada día para nosotros”, me comentó un doctor de la UCI con mucha experiencia, explicando que aquí en Chile existe una gran expertise en el manejo de problemas respiratorios infantiles debido al aire tóxico que respiramos. Y el problema es peor aún un muchas regiones.

Cuando me mudé a Santiago por primera vez, recuerdo haberme horrorizado al descubrir que la mayoría de los hijos de mis amigas parecían vivir al borde de la crisis respiratoria, dependientes de inhaladores para respirar o para superar el próximo resfrío. Lo que era aún más horroroso era cómo se encogían de hombros ante esta situación como si fuera completamente normal. Como si dañar permanentemente las funciones vitales de tu hija fuera solo una parte desafortunada de la vida familiar cotidiana, similar a tener que levantarse temprano para llevar a los niños al colegio.

Por supuesto, cabe decir también que hubo una infección viral que provocó que mi hija pasara 8 días en la UCI conectada a ventilación mecánica. En su caso, fue el virus sincicial. Y, por supuesto, para ningún episodio individual de obstrucción pulmonar severa la ciencia puede determinar la contribución exacta hecha por respirar aire tóxico regularmente. Pero esto no significa que la ciencia a nivel poblacional no esté clara. Lo está. De manera impactante. (...)

Entonces, ¿qué explica nuestra general indiferencia ante la muerte prevenible en una escala tan monumental? Es, por supuesto, complejo, pero sabemos que cuando se trata de daño y riesgo, nuestras percepciones están lejos de ser racionales. Uno podría incluso pensar en el síndrome de la rana hervida. Si una rana toca una olla de agua hirviendo, saltará inmediatamente, salvándose a sí misma. Si, por otro lado, aumenta lentamente el calor, simplemente se acostumbra a su baño caliente y eventualmente morirá hervida. En términos técnicos, el “sesgo de normalidad” es una cosa real, así como la novedad de los nuevos daños y amenazas a menudo nos lleva a sobreestimar su importancia. Debe añadirse que nuestra dependencia de la imaginación visual tampoco nos ayuda mucho, ya que es difícil para la mayoría de nosotros imaginar cómo se ve la muerte por smog, aunque es deprimentemente común, y adopta muchas formas. (...)


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