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Una Reflexión Semanal

Solo el amor triunfa en la Iglesia


Foto de Javier Enrique Cortés
Profesor Departamento de Teología, Universidad Católica del Norte
¿Cómo meditar sobre una Iglesia triunfante en medio de una sociedad fragmentaria e individualista que deposita sus esperanzas en lo efímero?

La expresión máxima del amor de Dios para con la humanidad es el misterio de la encarnación de su Hijo unigénito, Jesucristo, quien se ha hecho verdadero ser humano y hermano nuestro, para compartir con nosotros la vida divina. Esta verdad es la que como Iglesia celebramos en Adviento y Navidad, por cuanto la comunidad seguidora y convocada por Jesús está llamada a amarse como el mismo Cristo la amó. El triunfo del amor de Dios nos anima como Iglesia peregrina que busca la comunión plena con Dios unida al gozo de la Iglesia triunfante en el amor auténtico que brota de Dios.

Sin embargo, hoy en día, hacer mención de la Iglesia triunfante como una dimensión eclesial significativa pareciera tener sus dificultades de comprensión de esta índole escatológica, particularmente en el contexto de una sociedad contemporánea que acentúa rasgos cada vez más inmanentes que parecieran negar la trascendencia. En efecto, ¿cómo meditar sobre una Iglesia triunfante en medio de una sociedad fragmentaria e individualista que deposita sus esperanzas en lo efímero?

Por otra parte, la misma Iglesia se ha constituido en objeto de críticas por cuanto algunos de sus miembros no han sido testimonio del amor de Cristo. Tal vez en medio de este panorama surja la impresión de que estemos en una profunda crisis o un fracaso de las comunidades seguidoras de Jesús. No obstante, la dimensión triunfante de la Iglesia ha de ser siempre comprendida desde la entrega amorosa de Jesucristo, pues solo el amor verdadero es capaz de triunfar ante las carencias y pobrezas del ser humano cuando éste se aleja de su vocación originaria de amar como lo hizo Jesús, sin límites. En efecto, solo el amor es capaz de purgar las acciones egoístas que no nos permiten crecer en el encuentro fraterno con los otros; solo “el amor del Padre que nos sostiene y nos promueve, manifestado en la entrega total de Jesucristo, vivo entre nosotros, que nos hace capaces de afrontar juntos todas las tormentas y todas las etapas de la vida” (Papa Francisco, Amoris Laetitia, n° 290). (...)


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