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El vuelo de Rafael, por Margarita Serrano


Con esta entrevista, la última que escribió para Revista Universitaria, queremos recordar y homenajear a la destacada periodista Margarita Serrano Pérez, quien falleció ayer a los 67 años y dejó en esta publicación numerosas entrevistas de gran valor humano, tras años de colaborar para el medio y culminar una exitosa trayectoria profesional plagada de éxitos. El siguiente artículo fue escrito en el contexto de la conmemoración de los 50 años de la Reforma Universitaria, la cual tuvo como uno de sus protagonistas al sociólogo Rafael Echeverría, cuya historia en la UC se entrelaza con los sueños e ideales de aquella época.

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photo_camera Archivo UC

El Salón de Honor de la Casa Central UC estaba repleto.

Repleto de gente que se encontraba con gente; de abrazos nostálgicos; de miradas de asombro. De jóvenes que observaban. De adultos que volvían a una fiesta, con los ojos llorosos, después de 50 años.

Cuando finalmente se logró dar comienzo a la ceremonia, aparecieron más visibles los oradores de la testera. El primero en hablar fue Rafael Echeverría. Grande, igual de alto que entonces, pero con menos pelos en la cabeza y con una chaqueta de mejor caída. Lleva varios papeles en la mano, comienza su intervención cuando son las once del once de agosto de 2017. Pero algo pasó que no pudo seguir. Algo en la mirada del público lo llevó en otra dirección y comenzó a improvisar. Se produjo un profundo silencio. Y Echeverría, que había sido una de las manos derechas de Miguel Ángel Solar en idear y realizar la toma de la Universidad Católica ese once de agosto de 1967, dejó de hablar desde la razón y empezó a hablar desde la emoción. A poco andar, habló también desde la pasión.

En realidad, este encuentro al que asistieron desde el rector en adelante, se llamó “A 50 años de la Reforma Universitaria”. Pero allí quedó desenmascarado el tema: había pasado medio siglo de aquella legendaria toma de la UC, la primera de muchas, que incluso se anticipó en un año al movimiento de Paris, en 1968.

 Me enamoré de la UC

-- ¿Qué lo llevó a comprometerse en el proceso que estaba viviendo la Feuc en esos momentos? ¿Había un mayor compromiso social o un compromiso cristiano? 

-- Mi compromiso era centralmente social y político. Nunca tuve una formación cristiana muy sólida. Tampoco militaba. Luego de terminada mi secundaria, estuve un año en Francia y desde allí miraba con gran interés todo lo que sucedía en América Latina. Volví a Chile e ingresé a estudiar economía en la Universidad de Chile. Pero sentí que esa formación no me vinculaba con las problemáticas sociales que me interesaban. Ello me inclinó a estudiar Sociología. Ese año, en 1964, la Universidad de Chile no abrió admisión en esa carrera y no tuve otra opción que entrar a la Católica. De lo contrario, no la hubiera escogido. Demasiado pije y beata, diríamos hoy día. Pero poco a poco me fui enamorando de ella. Me cautivaba la inocencia que mostraban sus estudiantes. La manera como, al menos en Sociología, se comprometían con sus causas. Yo era bastante más político que mis compañeros y lentamente me fui involucrando. Primero fui vicepresidente del Centro de Alumnos. Luego me eligieron presidente. Desde ese rol me correspondió vivir la toma del año 67 y rápidamente pasé a formar parte de su comité político. Una vez que la toma concluyera, fui integrante de la comisión de estudio que debía establecer las bases de la futura Reforma Universitaria. Sin darme cuenta cómo, me convertí en el presidente de la Feuc de 1968, teniendo como contrincante a Jaime Guzmán. Sin haberlo escogido, la Universidad Católica se convertía en el referente central de mi vida y me daba cuenta de que ella me había transformado en el tipo de persona que entonces era. Desde entonces, siempre me he sentido un producto de las experiencias que me correspondió vivir en esa institución.

 

--Había un afiche del Che Guevara en ese sucucho que era la Feuc. Cuando usted pensaba en el hombre nuevo, ¿en qué pensaba? ¿Cómo quería que fuera?

 -- Te confieso que el ideal del hombre nuevo no fue un elemento muy importante en mi vida. Pensaba más en términos de una sociedad nueva y más justa. Menos discriminadora; más equitativa. Creía que, si lográbamos cambiar la sociedad, ello sin duda produciría hombres y mujeres diferentes, más solidarios, más generosos. Pero no iba mucho más lejos que eso. En mi caso, la aversión a las injusticias del presente era más fuerte que las expresiones concretas de ideales futuros.

 --¿Cómo era su relación con Miguel Ángel Solar, el presidente de la Feuc y auténtico líder del movimiento Once de agosto? 

 --De inmensa admiración. Era el mejor de todos nosotros. Me impresionaba su integridad, su transparencia, su mesura con los demás y su gran pasión por lo que consideraba justo, su desprendimiento, su gran capacidad de escucha y de conexión con los demás, sus vuelos poéticos. ¡Qué quieres que te diga! Para muchos de nosotros representó siempre un modelo de cómo había que proceder. Es imposible conocer a Miguel Ángel y no conmoverse con él. Lograba sacar de nosotros lo mejor de cada uno. Todavía sigue ejerciendo ese influjo sobre mí. Lo aprecio mucho. Haberlo conocido fue un privilegio. 

 -- Él era un gran orador, sin embargo, usted se quedaba un poco atrás en esa materia. ¿Sería porque dicen que era tartamudo? 

-- Nunca me propuse hablar como lo hacía Miguel Ángel. Bastaba con conocerlo para comprender que, de habérmelo planteado, era una batalla perdida. En ese terreno nunca competimos. Por otro lado, en efecto, yo era tartamudo. Pienso que todavía lo soy, aunque no se me nota. Sin embargo, curiosamente, ese no fue nunca un problema. Nunca permití que mi tartamudez me impidiera hablar y decir lo que pensaba. Pronto me di cuenta que incluso podía ser una ventaja. Toma en cuenta que a mi lado no solo estaba Miguel Ángel. Mi gran adversario político fue Jaime Guzmán, a quien derroté en las elecciones de la Feuc en 1967. 

 Jaime tenía la virtud de hablar siempre en limpio y de corrido. Nunca he conocido a una persona que hablara mejor que él. No había cómo superarlo, menos todavía siendo tartamudo. Sin embargo, me dí cuenta que cuando yo hablaba y me quedada atrapado en alguna sílaba que no podía pronunciar, la audiencia se identificaba con mi esfuerzo y muchas veces me gritaban la sílaba siguiente para sacarme del atolladero. Recuerdo algunos momentos simpáticos. En un foro con Jaime Guzman, en el gimnasio de la universidad, completamente lleno, quise hacer un alcance sobre el gobierno. Pero una vez que procuré pronunciar la palabra “gobierno”, me quedé atrapado y comencé a balbucear, “go, go”, “go,go”, “go,go”. La audiencia me miraba desesperada. Hasta que a alguien se le ocurrió gritar “agogo”, que era una música que entonces estaba de moda. Todos nos largamos a reír a carcajadas. Jaime me miraba sin entender lo que pasaba. Yo había ganado el foro. La audiencia estaba conmigo.            

 

-- Después de usted, los reformistas pierden la Feuc por muchos años y los gremialistas, liderados por Guzmán, pasan a legitimarse dentro de la UC. ¿Cómo vivió esa derrota?

 -- Fui elegido presidente de la Feuc en 1967, inmediatamente después de la toma. Mi adversario político entonces fue Jaime Guzmán y yo lo derroté obteniendo el 60% de la votación. El Movimiento Gremial para entonces estaba ya constituido. El problema fue otro. En esa época, de los más de 6.000 alumnos que tenía la universidad prácticamente no había ninguno de izquierda. Hay que tomar en cuenta que la izquierda representaba entonces alrededor del 40% de la votación nacional. Ello da cuenta del carácter profundamente elitista que, desde siempre, había tenido la UC. La toma del 67 y el ulterior proceso de reforma tuvo como uno de sus efectos un proceso de radicalización hacia la izquierda de ese estudiantado. Personalmente, junto con otros miembros de mi equipo de la Feuc, vivimos esa etapa. Y antes de terminar nuestro período reglamentario, una vez encaminada la reforma, decidimos renunciar prematuramente a la Feuc para proceder a constituir la izquierda estudiantil que entonces era inexistente. Eso fue en octubre de 1968. Hoy día podemos cuestionar esa decisión. Pero ella implicó la ruptura del movimiento estudiantil reformista en dos sectores: uno más moderado y otro de izquierda, que iniciaba su gestación y que yo mismo encabezaba. 

--Entonces, ¿Usted siente que el movimiento gremial ganó la Feuc por esas divisiones entre reformistas e izquierdistas?

 --En la siguiente elección de la Feuc, a fines del 68, buena parte de este segundo sector estudiantil, más de izquierda, se abstuvo. Eso y no otra cosa, fue lo que determinó el triunfo del Movimiento Gremial. Para quienes habíamos optado por comprometernos con el nacimiento de una izquierda estudiantil, ello era un costo que estuvimos dispuestos a pagar y, por lo tanto, no vivimos esas elecciones como una derrota. Una vez que la izquierda se constituyó entre los estudiantes, avanzamos a crear un movimiento de izquierda dentro de los docentes y trabajadores de la universidad. Cuando vino el Golpe, cinco años después, ya la izquierda estaba consolidada en los tres estamentos. A partir del año 69, una parte significativa del movimiento reformista – no todo - se integraba al Mapu. Yo mismo lo hice. 

Leer el artículo completo en Revista Universitaria, "El vuelo de Rafael", por Margarita Serrano Pérez.

 

INFORMACIÓN PERIODÍSTICA

Revista Universitaria, runiversitaria@uc.cl

 


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