La cancelación bajo el prisma de la libertad, la autonomía y la democracia
Una década ha transcurrido desdeque comenzó a utilizarse en el mundo el concepto de la “Cultura de la Cancelación”, un fenómeno que aparece fuertemente ligado a las redes sociales –aunque históricamente antecedea la era digital– y que se traduce en campañas de acoso y cancelación de artistas, políticos y, en estos tiempos, también de empresas y universidades. Tres académicos de la Universidad Católica, desde sus distintas áreas, nos proporcionan miradas diversas sobre el tema y que dan cuenta de los alcances y peligros que aún se arrastran en nuestra sociedad.
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Política: El dominio cultural
"El fenómeno de la “cancelación” genera mucho debate, pero es poco claro. El término agrupa fenómenos tan distintos como el boicot de charlas académicas, el acoso en redes sociales y la autocensura. Sin embar- go, en el fondo, la cancelación se debe entender como un discurso sobre el dominio cultural, moldeado por los choques de opinión entre diferentes grupos sociales.
En muchas universidades chilenas—y la UC no parece ser la excepción—los valores progresistas son dominantes. Como sostiene la teoría de la espiral del silencio, en dicho contexto es esperable que las voces conservadoras se perciban como marginadas y tiendan a la autocensura. Las voces progresistas, en tanto, buscan mantener su hegemonía y, con ese propósito, la “cancelación” de discursos conservadores resulta atractivo.
No se trata, sin embargo, solo de que las voces conservadoras sean “canceladas”. La cientista política Pippa Norris ha demostrado que el patrón se invierte en contextos tradicionalistas o en países con regímenes autoritarios, donde quienes se sienten y son silenciados son los sectores más progresistas y liberales.
Las plataformas digitales profundizan estas dinámicas. Los algoritmos privilegian la reacción emocional, incentivando la denuncia por sobre el diálogo. Las ideas complejas se comprimen y los matices desaparecen.
Ante este panorama, las universidades no deberían minimizar estas tensiones ni abordarlas desde la superioridad moral. Necesitamos prácticas concretas que encarnen los valores democráticos. Esto incluye tener políticas claras y transparentes sobre invitados y eventos, espacios que promuevan el disenso constructivo, iniciativas de alfabetización digital y foros de encuentro con las comunidades universitarias.
Por ejemplo, cuando se trata de temas controversiales, se deben privilegiar eventos que permitan intercambios de opiniones estructurados por sobre exposiciones unilaterales. De igual forma, hay que incorporar al currículo de pregrado el desarrollo de habilidades para interactuar con respeto en espacios digitales diversos. Asimismo, es clave potenciar programas de formación docente que entreguen herramientas a los académicos para facilitar en las salas de clases conversaciones sobre temas difíciles o divisivos.
En un país que aún lidia con las heridas de los actos de censura de la dictadura, las universidades chilenas tienen una responsabilidad particular. Debemos resistir las ortodoxias y promover una deliberación pública basada en evidencia y respeto. Solo si nos abrimos a perspectivas diversas –y no hablamos solo entre nosotros– podremos resguardar la libertad académica y, de paso, fortalecer la democracia".
La oportunidad de las preguntas
"Confieso que nunca me ha interesado mucho el tema de la cancelación, pero siempre vuelve. Por alguna polémica en las redes sociales, por las inquietudes de los estudiantes, porque alguien te pide escribir sobre él. Y quizás ahí esté su importancia: el obligarte a pensar, a seguir preguntándote, qué significa leer hoy y para qué leemos en la universidad (sobre todo en una carrera como Letras).
Cada quien podrá leer lo que quiera en sus vacaciones y decidir no volver a acercarse a tal o cual autora porque no está de acuerdo con alguno de sus dichos o actitudes. Está en su derecho. Es su tiempo. Pero, cuando se trata de un área de estudio, las preguntas se vuelven más urgentes y la responsabilidad también.
Alguien que estudia literatura es muy probable que se convierta en profesor (de colegio o universidad) y deberá conocer (o es el anhelo) a cabalidad la literatura. Sus temas, sus autoras y autores. Sus polémicas, también. Cualquier otra cosa sería una reducción o una mentira, como lo sería querer informarse de la historia del mundo o de un país solo conociendo su lado bueno. Porque ojalá no nos hubiéramos equivocado tanto, hecho tanto daño. Pero sí. Ahí está. Creo, sí, en la importancia de la forma. En que la sala de clases sea un espacio seguro, en que la forma de acercar- se a ciertos autores no sea negando lo que los hace complicados, sino la reflexión y la discusión respetuosa y responsable con el curso. Que si se lee un texto de un autor que causa reacciones desfavorables, sí se lea y se discuta, pero no se hagan preguntas sobre ese texto en la prueba y los estudiantes no estén obligados a escribir sobre él para sus ensayos o trabajo final. Se lee una vez y se reflexiona, sí, se forma una opinión; pero no se fuerza a nadie a repasarlo, a leerlo muchas veces. Creo que por ahí pasa el cuidado.
Por otro lado, si en el curso se discute una sola novela, por ejemplo, esa novela es mejor escogerla teniendo la atención de que no sea una autora o autor que está siendo cancelado. Es solo una novela y hay tanta maravilla para escoger que no me parece necesario (ni beneficioso) imponer esa tensión de lo cancelable a la clase. Pero, si estamos haciendo una clase panorámica sobre, por ejemplo, la historia del relato bre- ve en el mundo anglosajón o las diferentes corrientes de teoría literaria del siglo XX y XXI (algunos de mis cursos), hay autoras y autores problemáticas sobre las y los que tenemos que conversar. Es inevitable, difícil, sí, pero también es una oportunidad. Para seguir haciéndonos preguntas sobre qué buscamos en la lectura y en el conocimiento. Sobre por qué (por ejemplo) les pedimos a las escritoras y escritores que lleven vidas ejemplares y, si no es así, no hay que leerlos, pero no dudamos ni un segundo en vacunarnos (y no preguntamos si el inventor de dicha vacuna es una buena persona), en usar otros avances tecnológicos (el teléfono inteligente, computadores, distintas aplicaciones), e incluso, en las artes, en escuchar música (¿cuántos cambian la radio cuando sale una canción de Michael Jackson?). Son preguntas y está bien que nos molesten e inquieten. Que vuelvan. Porque, en el mundo de la literatura, nos obligan a seguir leyendo, a buscar más lecturas, a leer mejor, y, sobre todo, a pensar y conversar con nuestros estudiantes".
Universidades: Libertad individual y autonomía
"La intervención que aspira a hacer el gobierno federal de los Estados Unidos a un grupo de universidades es inaceptable. Las exigencias respecto de la forma en que ellas deben desarrollar sus proyectos universitarios, justificadas en que los dineros que dicho gobierno les transfiere las legitima, constituyen una violación flagrante de su autonomía. En una sociedad pluralista no corresponde intentar moldear las maneras en que las distintas organizaciones desarrollan sus actividades e incluso los valores que las comunidades que las han creado aspiran a proyectar. En instituciones como las universidades, cuya misión depende crucialmente de la libertad intelectual de sus integrantes, esa decisión es particularmente dañina. Sin ella el avance del conocimiento y el contraste de ideas que está detrás de él no podrán florecer. Sobre todo, porque esa libertad es la que nutre el desafío al que se ven enfrentadas las ideas establecidas y que nos permite progresar como humanidad. En este proceso de descubrimiento pueden cometerse errores y elegir, en ocasiones, caminos que ponen en riesgo esa libertad. Sin embargo, pensar que el poder del Estado puede estar en mejor posición de corregirlos antes que el debate abierto propio de las comunidades universitarias refleja una pretensión imposible de satisfa- cer, precisamente porque desconoce que el avance del conocimiento ocurre de manera dispersa y descentralizada. Las ideas fluyen de manera inesperada y sin una regularidad que pueda ser moldeada apropiadamente.
La operación que intenta el gobierno federal estadounidense, en lugar de corregir la cancelación que venía ocurriendo al interior de las comunidades universitarias, produce un fenómeno nuevo y quizás más grave, porque los gobiernos no disponen de los mecanismos correctivos propios de las instituciones de educación superior. El debate interno de ideas no es lo que los caracteriza. Por cierto, la elección periódica de gobernantes puede cambiar la agenda, pero no resuelve definitivamente el problema de fondo. La cancelación en el seno de las universidades se transformó en un asunto de gran discusión, después de años en los que se toleró sin evaluar apropiadamente las consecuencias. Ha sido uno de esos errores de los que no está exenta ninguna organización.
En esa cultura algunas voces comenzaron a tener cada vez más dificultades para expresar sus ideas. Algunas de ellas eran académicos destacados, pero sostenían argumentos que no necesariamente reflejaban las miradas más habituales que se habían ido instalando en algunos departamentos académicos de dichas instituciones, muy influidos por la discriminación de minorías que habían sido recurrentes en la historia estadounidense. Del estudio de esas realidades emergió una corriente intelectual (muy bien descrita en el libro "The Identity Trap", de Yascha Mounk) que, a menudo inadvertidamente, instaló una manera de aproximarse a la discusión de ideas que derivó en actitudes de cancelación. Ello también se extendió a libros, algunos de ellos han sido reeditados para acercarse a la cultura prevalente o han dejado de leerse, al currículum universitario, a las obligaciones que recaen sobre los profesores de advertir a los estudiantes antes de tocar cualquier materia que pueda herir una susceptibilidad específica, a los sistemas de acceso a las universidades, a los disfraces que se pueden utilizar en los campus universitarios y un largo etcétera.
Pero las universidades, avivadas por el debate interno de sus comunidades, se dieron cuenta de que esa cancelación estaba afectando la idea misma de universidad. Desde luego, había voces que cuestionaban la manera de enfrentar esa historia de exclusiones, pero sobre todo se daban cuenta de que el cultivo del conocimiento, tan propio de las universidades, no pasaba por excluir ideas que podían incomodar las visiones establecidas. La carta de 153 académicos e intelectuales, publicada en Harper’s en julio de 2020, que condenaba esa cultura denunciando “la intolerancia hacia las opiniones opuestas, la moda de la humillación pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver cuestiones políticas complejas en una certeza moral cegadora” y que argumentaba que “necesitamos preservar la posibilidad de un desacuerdo de buena fe sin consecuencias profesionales graves”, fue un hito en esta discusión. Pero antes muchas universidades habían tomado deci- siones que buscaban mantener la tolerancia y el debate abierto de ideas sin corta- pisas o barreras artificiales. Así lo expresó la Universidad de Chicago a principios de 2015, logrando que múltiples universidades adhirieran al conjunto de principios defini- dos por ella en los años siguientes. Más adelante, la negativa de la Universidad de Cornell a aceptar la exigencia de sus estu- diantes de que los programas de las distin- tas asignaturas contuviesen advertencias sobre contenidos que podían ser sensibles para ellos y la decisión casi simultánea de la decana de Derecho de Stanford de rechazar la manifestación en contra de un juez federal conservador sosteniendo, entre otros argumentos, que “el compromiso con la diversidad, equidad e inclusión realmente significa que debemos proteger la libertad de expresión de todos los puntos de vista” contribuyeron a abonar a la autocorrección de una tendencia que se había ido instalando en diversos centros universitarios. Por cierto, el debate sigue presente, pero la cancelación ya no está de moda y ello ocurre precisamente por la reafirmación del ideal de universidad que está a la base de la corrección de rumbos que se alejan de él. Para ello obviamente es fundamental que la autonomía se preserve. En caso contrario, esos mecanismos pierden efectividad".