Educación científica crítica: Una urgencia ética en tiempos de guerra
¿Qué siente una niña o un niño en Chile al ver en las noticias que otras niñas y niños, como ellos, no pueden ir a la escuela porque su barrio fue bombardeado o porque han sido desplazados con sus familias? ¿Cómo les explicamos que, mientras aprenden sobre átomos, energía o satélites, esos mismos conocimientos se utilizan para destruir vidas, borrar ciudades o vigilar territorios enteros?
La educación, especialmente en tiempos de guerra, no puede seguir siendo una isla ajena al dolor del mundo. La escuela debe ser un espacio donde niñas y niños aprendan a pensar con conciencia, a sentir con justicia y a cuestionar el sentido profundo del conocimiento. Porque educar no es solo transmitir contenidos: es formar humanidad.
Cuando hablamos de educación científica, esta urgencia se vuelve aún más apremiante. Hoy, más que nunca, necesitamos que nuestras juventudes se pregunten: ¿Quién decide para qué sirve la ciencia? ¿Por qué algunos países pueden tener armas nucleares y otros no? ¿Por qué ciertos bombardeos se justifican y otros se condenan? ¿Y por qué seguimos enseñando ciencia como si no tuviera nada que ver con estas realidades, incluido el conocimiento sobre energía nuclear que puede iluminar o destruir?
Las guerras actuales -como el genocidio que Israel comete contra Palestina en Gaza, o los recientes ataques entre Irán e Israel- no serían posibles sin tecnología militar de última generación: drones, inteligencia artificial, misiles guiados. Detrás de estas armas hay ciencia, pero también decisiones políticas, intereses económicos y silencios internacionales. (…)
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