¿Educar o administrar el fracaso?
En un contexto donde la productividad lleva más de una década estancada, la educación determina el crecimiento futuro de esta.
El problema es que hoy el sistema educativo chileno atraviesa una crisis profunda. Las tasas de cobertura en primera infancia siguen siendo bajas para estándares OCDE, especialmente entre los hogares de menores ingresos. En educación básica y media, la inasistencia grave (asistir a menos del 85% de los días de clase) aumentó desde la pandemia: antes afectaba al 20% de los estudiantes; hoy llega al 28% a nivel nacional y en los Servicios Locales de Educación Pública (SLEP) alcanza el 39% Los aprendizajes se han deteriorado, con rezagos importantes en lectura y matemáticas, justamente las habilidades que se traducen en productividad futura.
A esto se suma una dimensión institucional alarmante. La educación pública, que debiera ser el corazón de la movilidad social, continúa debilitándose. Los liceos emblemáticos viven hoy en tensión permanente, tomados por grupos pequeños y violentos que han reemplazado la convivencia escolar por la lógica de demostración y desgaste. Y la implementación de los SLEP, que buscaba reemplazar la administración municipal, ha sumado conflictos laborales, falta de gestión, paralizaciones y pérdida de clases. El caso de Atacama no fue la excepción; fue el síntoma.
Estamos ad portas de una elección presidencial. Y conviene preguntarse qué proponen quienes hoy encabezan las encuestas. La respuesta no es indiferente: continuar o corregir definirá el futuro educativo del país. (…)
Si queremos dar esperanza a las nuevas generaciones y que Chile vuelva a crecer, no basta con creer en la educación: hay que hacerla funcionar. (...)
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