¡Ha resucitado!

Hay interrogantes que han acompañado toda la historia de la humanidad. Son aquellos que surgen cuando, por ejemplo, hacemos silencio en nuestra vida. Es lo que busca responder la filosofía o intentan solucionar las ciencias humanas. En el fondo de todas ellas está la pregunta por el sentido de la vida. Jesús, quien nos dejó una maravillosa enseñanza de entrega y amor, ¿está muerto o está vivo? Si está vivo, significa que Él tenía razón y su propuesta de vida adquiere pleno sentido. Esta es la luz nueva que brilla en la noche santa de la resurrección: Jesús vive, la muerte y el pecado han sido vencidos de forma definitiva.
Los relatos evangélicos narran que las mujeres fueron, pasado el reposo del sábado, al sepulcro. Ellas amaban verdaderamente al Señor y su decepción e incertidumbre debió haber sido grande ante la muerte de Jesús. Sobre todo, porque no habían experimentado al resucitado. Pero ellas, que esperaban encontrar a un muerto, vieron que la piedra del sepulcro, la que separa el mundo de los
vivos del mundo de los muertos, había sido removida. La ausencia del cuerpo, en sí, no era una prueba de la resurrección. Es más, se trata de una realidad que no estaba en la mentalidad común del pueblo de Israel.
De hecho, hasta unos 200 años antes de Cristo los israelitas no tenían noción de la resurrección. Ellos creían, al igual que los romanos y los griegos, que morir significaba terminar en el mundo de los muertos, lugar que los griegos llaman hades, los romanos inferus y los judíos sheol. El concepto es prácticamente el mismo: es la vida en ultratumba que está determinada por las tinieblas, donde la persona no desaparecía totalmente, pero tampoco tenía una vida verdadera. Ahí terminaban todos: los ricos y los pobres, los buenos y los malos. No existía el concepto de un juicio de Dios sobre cada uno, no había ni premio ni castigo. Era una condición natural, igual para todos. Los últimos siglos antes de Cristo se descubrió algo nuevo. Los griegos comenzaron a hablar de la inmortalidad del alma, diferenciando lo material, lo que queda acá, con el alma que continúa viviendo. Los hebreos no aceptaban esta idea, pero entre unos pocos judíos se empezó a difundir el concepto de una resurrección como un retorno a la vida. Sabemos que Marta, la hermana de Lázaro, esperaba en esta resurrección, pero era entendida más bien como una vuelta a la vida al final de los tiempos. (...)
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