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Una Reflexión Semanal

La vida como don de Dios: la experiencia de un creyente "jubilado"


Foto de Alejandro Goic
Obispo Emérito de Rancagua
"Un llamado que me ha regalado una multitud de hermanos y hermanas que son mis compañeros de camino. Ser discípulo de Jesús ha puesto en mi vida un amor más grande que yo mismo".

¿Qué hago con mi vida? Es una pregunta clave en la vida de toda persona. Especialmente entre los 15 y 18 años. En mi caso, tenía un dilema: la Universidad o el sacerdocio. Dios me regaló unos padres sencillos y creyentes en Dios. Opté por lo segundo. Fueron 13 años como sacerdote en mi natal Punta Arenas. Luego, San Juan Pablo II me consagró obispo. Ejercí durante 38 años en Concepción, Talca, Osorno y Rancagua. Hoy soy "obispo emérito", es decir, "jubilado". Vivo en Rancagua en el Monasterio de las Hermanas Adoratrices, que rezan por todos, también por los que no creen ni rezan. ¡Todo ha sido y es Gracia, don de Dios!

A mis 83 años, y con los límites propios de la edad y de una salud precaria, me atrevo a compartir con sencillez algunas pistas del modo que hoy vivo. Para mí, lo primero y fundamental es renovar, cada día y con corazón agradecido, mi respuesta al llamado personal del Señor Jesús a seguirlo como discípulo suyo y testigo de su Evangelio. Un llamado que es un regalo que ha llenado de sentido mi vida, mis afanes y trabajos, y también mis dolores y sufrimientos. Un llamado que me ha regalado una multitud de hermanos y hermanas que son mis compañeros de camino. Ser discípulo de Jesús ha puesto en mi vida un amor más grande que yo mismo. En fin, un llamado que me permite decirle "buena y hermosa vida me has dado, Señor Jesús, y sé que contigo puede ser cada día mejor".

El Papa Francisco nos ha invitado a ser una Iglesia sinodal, es decir, a caminar juntos. Para ello necesitamos la sabiduría espiritual de aceptar nuestra pobreza, y ese es el don que tenemos que pedir. A nuestros años no es fácil caminar y no sólo por los achaques de salud, sino que nos cuesta seguir el ritmo de los demás y de las novedades tecnológicas, que nos superan. En ocasiones, ese caminar se hace difícil al no ser considerados como compañeros de camino. Los que nos asisten en nuestras precariedades de nuestra edad -lo que agradezco mucho- se olvidan en ocasiones que también somos compañeros de camino. (...)

 


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