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Una Reflexión Semanal

Reflexiones para una oración contemplativa


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María Francisca Araya
Profesora de Teología, Centro Universitario Ignaciano (CUI)
“Anhelamos una experiencia de encuentro con Dios que no sea ensoñación o alejarse del mundo, sino allí encontrarle, escucharle y responder en el amor a Él y a nuestro prójimo”.

Hoy en día tenemos muchas herramientas que nos pueden ayudar en el camino contemplativo.  No sólo métodos que nos llegan de la tradición cristiana, sino de la sabiduría del mundo. Técnicas como el mindfulness o ejercicios de respiración nos enseñan cómo tranquilizar el cuerpo y el espíritu, dando así el primer paso a la oración contemplativa: estar aquí y ahora dispuestos al encuentro, en atención total.

Como cristianos queremos ir más allá de la oración vocal o la plegaria que hacemos como deber cotidiano. Anhelamos una experiencia de encuentro con Dios que no sea ensoñación o alejarse del mundo, sino allí encontrarle, escucharle y responder en el amor a Él y a nuestro prójimo.

“Ojalá escuchemos hoy su voz, no endurezcamos nuestro corazón”, nos dice el salmo 95: pero por propias fuerzas nos parece difícil, necesitamos su ayuda. Entonces podríamos recordar a San Ignacio, quien nos enseña en los Ejercicios Espirituales a pedir una gracia al orar y quizá debamos pedir la gracia de escuchar su Palabra, que nos habla por múltiples caminos.

Nos parece que tuviéramos mucho que contarle, pero hemos de descubrir que es Él quien nos está hablando en aquello que vivimos. Con gran sabiduría afirma Von Balthasar que “la Palabra de Dios resuena en medio del mundo, en la plenitud de los tiempos y conlleva tal energía que a todos se dirige y a todos habla, a todos con la misma inmediatez, inmune a las distancias del tiempo y del espacio” (La oración contemplativa, 11). Entonces alegrémonos, porque en nuestros asombros y contemplaciones cotidianas se asoma la voz de Dios y su Palabra.

Dios habla en el propio corazón: por eso es importante acceder a nuestra interioridad, a ese jardín que a veces es paisaje cuidado y otro descampado en abandono. Allí se esconde un tesoro, allí el rey de la Creación, nuestro Señor, ha hecho su morada y como Jardinero está ávido de sembrar y cultivar en nosotros su Amor. (...)


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