Reimaginar la educación en tiempos de crisis socioambiental
Vivimos en una era de policrisis, una confluencia de crisis múltiples que se entrelazan: ecológica, climática, social, política, ética. En este contexto, las fechas conmemorativas como el reciente Día del Medio Ambiente nos recuerdan —aunque brevemente— la fragilidad de los sistemas de los que dependemos. Pero la urgencia del momento exige mucho más que recordatorios anuales. Nos demanda una transformación profunda en la forma en que habitamos el mundo y, especialmente, en cómo educamos para comprenderlo, cuidarlo y regenerarlo. En una sociedad consumista e hiperconectada, esta transformación comienza por detenernos y repensar desde dónde enseñamos, qué priorizamos y qué futuros imaginamos posibles.
Esa velocidad ha sido descrita con lucidez por el escritor islandés Andri Snær Magnason, quien advierte que “estamos viviendo en tiempos complejos y acelerados. Cambios que antes tomaban miles de años, ahora suceden en cien o menos. Esa velocidad mitológica ya afecta todo lo que pensamos, creemos y amamos”.
En este día y en el contexto de una crisis ecológica cada vez más profunda, con ritmos que superan nuestra capacidad de comprensión y respuesta, surgen preguntas urgentes: ¿qué sentido tiene reflexionar sobre el Día del Medio Ambiente en 2025, cuando la crisis climática ya no es una amenaza futura sino una realidad? Cuando además asistimos a una sexta extinción masiva provocada, principalmente, por la acción de un grupo reducido de humanos y los sistemas que sostienen sus formas de vida. ¿Cómo educar en medio del vértigo de un mundo cambiante? ¿Qué tipo de formación necesitamos para preparar a las nuevas generaciones a comprender y actuar frente a transformaciones que desbordan nuestras metáforas, y para reconstruir los vínculos rotos entre los seres humanos, no humanos y más que humanos?
Detengámonos, aunque sea por unos minutos. Inhalemos y tomemos conciencia: el oxígeno que respiramos proviene de bacterias fotosintéticas, algas y plantas. Exhalemos: entregamos carbono que ellas transforman en vida. Reflexionemos: nos alimentamos de esos mismos ciclos, y cada una de nuestras células es parte de esa danza, compuesta por átomos que, algún día, retornarán al ambiente. Este entendimiento nos lleva a lo que realmente está en juego: la salud compartida de los sistemas vivos. No hay un “medioambiente” separado: todo está conectado en la trama de la vida. (...)
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