Skip to content

Fundación Misericordia: "Proteger a quienes se están formando es una urgencia"


Los containers de colores de la Fundación Misericordia simbolizan un mensaje de esperanza para niños y jóvenes en un barrio vulnerable. Allí desarrollan actividades culturales, académicas y espirituales para impulsar a las nuevas generaciones e imaginar un futuro más promisorio. El artículo es de la periodista Paulina Valenzuela y fue publicado en el último número de Revista Universitaria.

Ser futbolista es el sueño recurrente y acotado de muchos niños en La Pincoya. Pero varios de los que han llegado hasta la Fundación Misericordia, emplazada en el corazón de ese barrio, han podido extender sus horizontes e imaginar otros futuros. Los voluntarios que allí trabajan tienen entre sus objetivos fomentar un desarrollo integral, animando a los niños a descubrir y desarrollar sus talentos, a veces ignorados y escondidos.

No es fácil cuando se vive en uno de los once barrios de alta complejidad de la Región Metropolitana. Esta calificación es asignada por el Ministerio del Interior a territorios afectados simultáneamente por hacinamiento interior y exterior –Huechuraba tiene un 19% de hogares en esta condición, cifra superior al 16% del país, según datos oficiales a junio de 2017– mala calidad de las viviendas y el entorno, déficit de servicios e instituciones, con una comunidad en conflicto, alta concentración de pobreza, exclusión social, tráfico de drogas, delincuencia, violencia e inseguridad.

Hoy entre los escolares que asisten al centro educativo de Fundación Misericordia, ya hay quienes anhelan ser músicos, arquitectos, sacerdotes o médicos, entre otras vocaciones. Junto con ofrecer a los niños la oportunidad de aprovechar el tiempo libre de manera constructiva, en este lugar se releva la dignidad y refuerza la autoestima de cada uno. Verse a sí mismos de forma positiva, estar motivados y percibir que esforzarse vale la pena, los lleva a idear proyectos de vida y a cumplir compromisos para alcanzarlos.

“Cuiden a los niños”

Beatriz Mayer es vecina de La Pincoya y madre de tres hijos, el menor de los cuales asiste a reforzamiento escolar y a los talleres en el centro educativo, donde descubrió su fascinación por la música. “Quiero ser pianista”, dice Javier. Con 11 años está aprendiendo a leer las notas musicales y de paso adquiriendo una disciplina que se ha reflejado en su rendimiento escolar. Existe, además, otra razón que convierte a este lugar en algo importantísimo para él: “Mis amigos son de aquí y del colegio”. No hace vida de barrio y su madre explica por qué. “El lugar donde vivimos es un tanto conflictivo. A la plaza a veces llega gente a drogarse, o se producen peleas. Por eso, opté por no dejarlo jugar en la calle”.

El centro educativo es el logro más consolidado de la fundación y la prioridad que le han asignado los misioneros se debe a que los propios vecinos abogaron para que la atención a las nuevas generaciones estuviera en primera línea. El arquitecto Romain de Chateauvieux, quien junto a su esposa Rena fundó Misericordia, cuenta que luego de instalarse en La Pincoya iniciaron un proceso de levantar información para diagnosticar cuáles eran los requerimientos más acuciantes.

Para ello, durante seis meses recorrieron las casas, tocaron puerta a puerta para conversar con los vecinos y la conclusión fue clara: “Cuiden a los niños”, era lo que más escuchábamos. El traficante que estaba parado en la esquina nos decía: “yo ya estoy fregado, pero no quiero que le pase lo mismo a mi hermanito. Quiero que sea diferente”, señala de Chateauvieux.

Por eso, proteger a quienes se están formando es una urgencia y el resultado se percibe. “Siento que los brotes están naciendo. Ellos van a ser los protagonistas del cambio mañana. Es muy esperanzador”, asevera el misionero francés. Se refiere a los 50 niños y jóvenes que asisten actualmente al centro. Son escolares de entre siete y 15 años que participan en las diversas actividades.

Organizados por grupos y a cargo de tutores, reciben refuerzo en lenguaje, matemáticas y lectura, y participan en talleres de piano, coro, danza, teatro, viola, violín y fútbol, en actividades pastorales y en retiros. “Los niños y jóvenes no vienen a un colegio, sino a una especie de segundo hogar. El objetivo es ayudar a los padres en la labor de educar a sus hijos. Los apoyamos, no los reemplazamos”, explica de Chateauvieux.

Para esta labor de respaldar la sana formación de jóvenes y niños, cuentan con el apoyo de una psicóloga y de otros profesionales del área de la salud. El número de escolares y de sus familias interesadas en ser parte de esta experiencia supera la capacidad de recibirlos a todos. Por eso, la comunidad espera impaciente la ampliación del Centro Misericordia. Antes de que se incorporen como asistentes regulares a las actividades, los niños y jóvenes son entrevistados, porque es importante que participen por voluntad propia y no obligados.

Los padres, por su parte, asumen el compromiso de cuidar el lugar como si se tratara de una casa común, y realizan una vez al mes algún servicio: preparar las colaciones, lavar las cotonas o limpiar vidrios. Asimismo, participan en charlas familiares y en instancias para compartir y para recibir el mensaje evangelizador que entregan los misioneros. Los gestores de esta obra aseguran que no existe proselitismo de ninguna índole, y que se respetan los diversos credos religiosos que profesan las familias.

El Centro Misericordia comenzó a funcionar en 2016, tras el período de diagnóstico de las necesidades más relevantes, en una construcción basada en containers pintados de colores, circundados por un jardín. Allí también se realizan actividades pastorales, talleres de costura, charlas para apoyar a las madres en la crianza de sus hijos, prácticas deportivas, y se recibe una vez a la semana a las personas sin hogar.

Leer el artículo completo en Revista Universitaria N°152.


¿te gusta esta publicación?
Comparte esta publicación

Contenido relacionado