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La Tercera

El futuro de la democracia chilena


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Profesora Facultad Filosofía
A medio siglo desde el trauma histórico del golpe de estado, Chile tiene una oportunidad dorada de reafirmar su compromiso transversal con la democracia y el estado de derecho. Ahora que el 11 de septiembre ha quedado atrás, es un buen momento para reflexionar sobre cómo nos está yendo. ¿El país se ha mostrado a la altura de las circunstancias? ¿Podemos decir que estamos aprobando el examen?

En una democracia sana y resiliente, esperaríamos ver a líderes de todo el espectro político pronunciándose en contra del golpe, tanto a quienes estaban ideológicamente alineados con Pinochet y que se beneficiaron de la dictadura cívico-militar, como a aquellos que se opusieron y que sufrieron a causa de ella. Pero el balance de este aniversario es difuso. El consenso que esperábamos ver en torno al “nunca más” parece fragmentado y bajo asedio.

Mientras los partidos de derecha se negaron a firmar el ‘Compromiso por la democracia’, se ha vuelto cada vez más aceptable afirmar que el golpe era “inevitable”. El homenaje oficial a Salvador Allende que tuvo lugar en la Cámara de Diputados estuvo marcado por la escasa presencia de la oposición. Y la lista sigue. 50 años después, cuando parecía que el país había avanzado lento, pero constantemente en rechazar su pasado violento y antidemocrático, ¿qué explica esta tendencia renaciente de reivindicar el golpe y la dictadura?

¿Es que hay un acuerdo cada vez mayor entre derechistas que el estado tiene el derecho de infligir violencia extrajudicial bárbara a ciudadanos opositores que percibe como enemigos? ¿Quiénes se niegan a condenar el golpe estarían de acuerdo en que un gobierno de derecha elegido democráticamente debiera, bajo ciertas circunstancias, ser derrocado violentamente por el bien mayor? ¿Considerarían que su propia subyugación a un régimen militar de izquierdas podría ser justificable dependiendo de los fines sociales y políticos a alcanzar? Mi apuesta es que no. (…)

Aquí es instructivo recurrir a la distinción del politólogo español Juan José Linz entre demócratas leales y semi-leales. Los semi-leales son figuras del establishment y respetables actores políticos, personas en gran medida incapaces de instigar violencia política por sí mismos. Profesan al menos un compromiso pasajero con las reglas democráticas y con la apariencia de juego limpio. Pero tales personas, la historia ha demostrado, juegan un papel crucial en el surgimiento y consolidación de gobiernos autoritarios. (…)

 

 

 


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