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El Mostrador

Pistas para un ordenamiento territorial marítimo oceánico


Foto de Federico Arenas
Académico Instituto Geografía
En esta columna, el profesor de Geografía UC, junto a José Orellana, académico de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Academia Humanismo Cristiano, hacen un llamado a preguntarse cómo se prospecta el ordenamiento territorial marítimo-oceánico chileno y cómo dialoga este con el ordenamiento continental.

Mientras Chile arde producto de los incendios forestales en el centro-sur, interesa constatar cómo reacciona ante las situaciones sustantivas de orden ambiental-ecológico sobre los océanos, en específico, respecto del espacio marítimo donde tiene jurisdicción territorial-soberana, bajo las definiciones de la Convención del Mar (CONVEMAR), entidad perteneciente al sistema ONU, que contribuye con la generación de regulaciones internacionales para materias oceánicas. Por derivación, se encuentran los desafíos que implica la plataforma continental extendida, donde Chile, además, tiene intereses diversos en algunos puntos de su expresión tricontinental e insular (Antártica y Rapa Nui).

El ordenamiento del territorio, en cuanto expresión de la naturaleza humana en sus complejidades económicas-productivas, habitacionales, culturales y sociales (entre muchas otras), en su permanente producción y reproducción, nunca ha estado circunscrito solo a lo continental, sino que también a lo marítimo-oceánico y sobre todo a su influencia recíproca. La historia corta y larga da cuenta de ello. No solo es estratégico por las posibilidades de transporte que permite al comercio internacional en su actividad, o, por ser funcional al desarrollo de conflictos armados, como tampoco solo lo es por las coberturas de la conectividad internet 5G, o bien por la extracción de recursos ictiológicos, o por los minerales diversos (plataformas petrolíferas), y así, un largo etc. Ahora, producto del calentamiento y cambio climático global asociado, se hace todavía más relevante, ya que redetermina climas, cuando sus niveles suben por derretimiento de los hielos, impactando las regiones costeras continentales e insulares (por ejemplo, con pérdida de playas), dependiendo de la geomorfología costera. Por descontado, se agrega la contaminación (plástico, desechos petroleros, otros), la que afecta negativamente la biodiversidad oceánica.

Tradicionalmente, fue la geopolítica la que se preocupó de estas problemáticas (lo sigue haciendo), definiendo las valoraciones que se debían realizar desde los Estados Nacionales para determinar las políticas de seguridad nacional (exterior e interior), pasando por la de defensa de los mismos (en los hechos, del modelo de desarrollo). En esta perspectiva, este ordenamiento territorial marítimo-oceánico, como de costumbre, tuvo en las potencias globales un actor determinante en cuanto a definir las relaciones espaciales de poder sobre estos espacios geográficos, ahora, puestos en tensión por las demandas que exige el calentamiento global, entre ellas, diagnósticos globales y las soluciones que correspondan a esa escala geográfica. En la especificidad de este análisis, se presenta la necesidad teórico-práctica de instalar la idea del estudio oceanopolítico –indicarán algunas(os)–, desde lo académico y como ejercicio de la política, en tanto estos espacios geográficos serán los que determinarán, una vez más, las relaciones espaciales de poderes globales, pero también nacionales. (...)

 


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