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Relatos de Inclusión: el libro que reencuentra a la comunidad UC


Lanzado durante este verano, el texto de 228 páginas es una apuesta de la Dirección de Inclusión que, junto a Ediciones UC, publicó esta serie de 46 historias donde se comparte una visión colectiva: entre funcionarios, estudiantes y académicos, abordan cómo en este espacio universitario se enlazan diversos orígenes y formas de vida.

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photo_camera Fotos: Karina Fuenzalida.

Partió como una idea simple: convocar, recordar, contar. Y luego mostrar. El proyecto, que nacía desde la Dirección de Inclusión, era un ejercicio de autoconocimiento. 

Estudiantes, funcionarios, exalumnos y académicos recibieron a fines de 2018 una invitación que, inicialmente, les pedía escribir una historia sobre su tiempo en esta universidad, reencontrarse con algún momento o alguna persona que los hubiera marcado durante esta experiencia comunitaria, y, con ello, construir un relato que pudiera graficar cómo es integrar la UC.

Prejuicios, percepciones que se transforman, aceptación, compañía inesperada; se trataba de una convocatoria abierta a quienes forman parte de esta sociedad universitaria que hoy alcanza las casi 30 mil personas.

La meta era reunir un conjunto de relatos testimoniales, escritos, que se enfocaran en situaciones de inclusión al interior de esta comunidad. Desde anécdotas a reflexiones, de críticas a evoluciones positivas, distintas generaciones y miradas que terminarían por construir un libro colectivo.

Después de un año de edición, donde los testimonios seleccionados recibieron talleres narrativos y orientaciones literarias para sus textos, finalmente "Relatos de Inclusión" tuvo su lanzamiento durante este verano 2020.  

“Relatos de Inclusión en la UC es una iniciativa llevada a cabo por la Dirección de Inclusión de la Vicerrectoría Académica, que refleja el espíritu de diálogo y apertura de la Universidad. Son una manera de recoger de forma concreta ejemplos de aquello que hemos estado promoviendo en estos años a través del plan de desarrollo. La Universidad valora la riqueza de la diversidad y busca que todos puedan participar de forma equitativa y plena”, afirma el rector Ignacio Sánchez en la presentación de este libro de Ediciones UC.

Para Catalina García, directora de Inclusión UC, esta ha sido una oportunidad de sentir a la comunidad y unir así los aprendizajes que aportan a la cultura de la universitaria.

 “He leído los relatos una y otra vez: al recibirlos, al organizarlos, al acompañar al comité para definir las menciones, al aportar a la edición del libro; y cada vez que lo hago siento una emoción enorme. Me pongo en el lugar de quienes están contando esa historia, me asombro con las cosas que otros han hecho por encontrar un lugar o por acoger a alguien. Ya es tiempo de que estas valiosas historias sean conocidas e inspiren a muchos más a ser agentes activos de inclusión de nuestra comunidad UC en constante aprendizaje”, asegura.

El resultado final fue estructurado en cuatro segmentos, destacando a los relatos según su potencia narrativa y agrupándolos entre capítulos de Estudiantes, Funcionarios, Exalumnos y Académicos.

A continuación, algunos extractos de los testimonios y protagonistas de Relatos de Inclusión, el cual ya está disponible en las librerías de Ediciones UC.

 

UN MILAGRO: LA SILLA CON ALAS PARA VOLAR
María Ximena Illanes
Académica
Mención Talento Narrativo Académico

 

Yo tenía ocho años cuando nació José. Era el cuarto y el único hombre; yo la mayor. Mi papá me dijo que era gordo y cachetón, pero que había sufrido mucho al nacer. Con mis hermanas no entendíamos por qué no podíamos ir a ver a la mamá y a José; era raro no correr a conocer a la guagua de la familia. Cada día, yo me iba dando cuenta que algo no estaba bien, porque mi papá estaba poco, hablaba poco, nos miraba triste y nos decía que había que rezar mucho, para que la mamá se recuperara de un parto difícil y José también. Y rezábamos mucho, en la casa, en el colegio, con mi papá, con mis tías, siempre rezábamos, era cansador rezar tanto; la verdad es que me costaba concentrarme. Todo el tiempo me decían que pidiera un milagro y yo creo, que era por eso que rezaba tanto y tanto, pero no podía concentrarme, porque solo pensaba cuándo iba a ser el momento en que ocurriera el milagro (…).

Mi hermano se fue y no llegó el milagro (…). Rezaba y rezaba, rezaba y volvía rezar, ahora tenía que venir el milagro, era el momento. Pero no llegó el milagro y mi hermano se fue; mi mamá estaba muy triste, mi papá callado y ya no me gustaba tanto mi casa. Mis tías nos decían que teníamos un angelito en el cielo, pero yo hubiera preferido que fuera un angelito en la tierra.

Creo que tenía 33 años cuando conocí a Felipe. Ese semestre daba Pensamiento Histórico y habían pocos estudiantes inscritos (…). Solo sabía que Laura sería una de ellas. Laura no me lo dijo, pero después supe que había tenido un accidente. Esto explicaba por qué sus movimientos corporales tenían un ritmo más acelerado (…).

El primer día de clases del segundo semestre que comenzaba, me generaba, al igual que todos los comienzos, unos nervios que lograba controlar (…). Entre todos los presentes, había un joven que a diferencia de los demás, estaba en su silla de ruedas. Se llamaba Felipe y había ingresado a Historia por admisión especial. También él, al igual que Laura, movía su cuerpo con cierta particularidad, o más bien, agitaba su cabeza y brazos constantemente (…). Tiempo después, supe que había tenido dificultades en el parto, pues le faltó oxígeno al nacer. Me sentí afortunada, volvía a ser una niña de ocho después de 25 años; aquí estaba el milagro que tanto esperaba, pues Felipe había vencido a la muerte.

Felipe no podía leer tantas páginas ya que el movimiento de su cabeza, le impedía dedicar un tiempo extendido en la lectura. El director me propuso que contratáramos a estudiantes para escanear libros y así, mediante un sistema de computación que Felipe utilizaba, él podría oír los textos. Funcionó muy bien. Sin embargo, a las pocas semanas, me enteré de que Javier, otro estudiante del curso, tenía esquizofrenia (…).

Nunca vi a un curso tan compenetrado como este; había complicidad y respeto entre y hacia todos. Los más silenciosos como Javier, agradecían la intimidad que se generaba y, a su vez, los más extrovertidos como Laura, se sentían escuchados y comprendidos (…).

Han pasados los años y gran parte de ese grupo humano, ha dejado la Universidad. Un día caminando por el Campus, Laura corrió hacia mí para contarme que había terminado su último semestre. A su vez, tuve la fortuna de estar en la graduación de Javier y entregarle emocionada su diploma; Felipe continúa en la Universidad, pero le queda poco. Creo que he sido la profesora más afortunada al tenerlo en mis clases (…).

Un día, Felipe nos informó que no podría asistir a clases porque tenía una ceremonia con el alcalde de su comuna. La municipalidad había comprado unas sillas de ruedas de última tecnología, que permitía a las personas que las utilizaran levantarse y mirar a su alrededor como si estuviesen de pie. Felipe nos envió el video en donde fue uno de los dos escogidos para utilizar la silla y probar la sensación de estar parado. Junto con ello, el alcalde le prometía que cuando fuera su graduación, tendría la oportunidad de ocuparla. Somos muchos los que esperamos ese momento, por las más diversas razones. Como profesora, pero también como hija, hermana y mamá, la experiencia de convivir con Felipe simboliza el milagro que tanto esperé de niña. Yo ya tengo mi ángel en la tierra.

 

OTRA FORMA DE INCLUSIÓN
Gustavo Hermosilla
Funcionario
Mención Talento Narrativo Funcionario




Para comenzar este relato debo mencionar que soy funcionario administrativo de la UC desde hace cuarenta y dos años, la mayoría de ellos en la Escuela de Construcción Civil.

También es necesario mencionar un hito muy importante que es, en definitiva, el origen de esta historia. Destino mi tiempo libre a trabajar como activista en una organización comunitaria de la diversidad sexual. A propósito de ese hecho, la presidenta Bachelet nos invitó a la Moneda, el día 13 de abril del año 2015, para la promulgación de la ley de Acuerdo de Unión Civil (AUC), hecho muy importante en mi vida personal, ya que, con mi pareja desde hace 25 años, esta ley haría realidad el sueño de formalizar legalmente nuestra relación y regularizar la adquisición de bienes que juntos habíamos logrado.

Estando presente, en aquella tan importante ceremonia, con la más alta autoridad del Estado, reflexionaba: mi país está rompiendo atávicas cadenas que no han permitido a las personas amar a otras como quieran y ser libres y respetadas como merecen y, en mi trabajo de tantos años, no he tenido la oportunidad de siquiera poner el tema. Sin embargo, la vida te entrega oportunidades que uno debe saber aprovechar, y, en este caso, se dio afortunadamente el 25 de enero de 2016, en el contexto de la reunión anual con administrativos y profesionales que nuestro rector realiza para informar del devenir de la Universidad. En esa ocasión brindó la oportunidad de que las personas presentes hicieran consultas en el contexto de la vida universitaria. Armándome de valor, le consulté cómo se aplicaría la Ley de Acuerdo de Unión Civil en la Universidad Católica (…). 

Con posterioridad a la reunión con el rector, solicité una reunión con el director de mi escuela, a quien le hice partícipe de mi futuro cambio de estado civil, ya que en febrero contraería el Acuerdo de Unión Civil, con mi pareja. Desde mis prejuicios, pensé que podría ser muy extraño para él, sin embargo, lo aceptó con naturalidad, deseándonos muchas felicidades.

Durante las vacaciones del verano del 2016, precisamente el 10 de febrero, contrajimos el Acuerdo de Unión Civil (…). Después de la reunión con la directora de Personal de la Universidad y tras varios meses y sucesivos e-mails, la dirección del personal me otorgó todos los beneficios que son entregados a quienes contraen matrimonio (…). A pesar de haber avanzado en la adquisición de estos beneficios para nosotros, sentí que la tarea no estaba concluida.

Es así como en el proceso de negociación colectiva para el año 2017, retomé las conversaciones con el sindicato para que, en el ámbito de la revisión del texto del convenio, quedara claramente establecido que los beneficios contemplaran igualdad, tanto para las parejas que se unen en matrimonio, así como las parejas que celebran el Acuerdo de Unión Civil. Revisé párrafo por párrafo, página por página, para que finalmente quedara redactado de forma inclusiva, lo que se puede constatar en el convenio colectivo vigente de los sindicatos 4 y 5. A veces, la inclusión pasa por incluir una pequeña palabra o frase que nos integre a todos (…).

Desde el año 2016 tuve la oportunidad de poder llevar la causa más importante de mi vida, a mi lugar de trabajo, mi segundo hogar. Mi homosexualidad no ha sido obstáculo para tener buenas relaciones de compañerismo, trabajo y amistad, y a cuarenta y dos años de pertenecer a la Universidad Católica, estoy siendo testigo de las transformaciones sociales y de conquistas de inclusión, tanto en el espacio laboral, así como en la sociedad chilena. Hoy, con Paolo podemos lucir nuestro anillo con orgullo, sin ningún secreto.
 

Rompiendo vidrios: un ramo fuera de la malla
Joyce Budnik
Exalumna
Mención honrosa


Mi pinta de chica gringa perdida no ayudaba mucho para encajar. Los profes y alumnos muchas veces me hablaban en inglés pensando que era una alumna de intercambio. Si bien no tenía apellidos con R, ni descendencia aristocrática, no era católica ni mucho menos pertenecía al grupo de colegios selectos, había tenido la fortuna de estudiar en un colegio privado y mis papás podían pagarme la Universidad. No tenía necesidad de pedir beca o crédito. Mis papás siempre me decían que éramos afortunadas y que hay que apreciar lo que uno tiene. Creía que entendía cuando decían eso, pero la verdad es que no lo entendía. 

En mi colegio, lo más normal era entrar a la Universidad. Incluso los chicos esperaban que les regalaran un auto al terminar el colegio. Mis dos primeras amigas en Ingeniería eran Andrea y Camila (cambié los nombres). Nos unía nuestras ganas de sentarnos en las primeras filas de la clase, aunque fuera por razones muy distintas. Yo me sentaba en primera fila porque no veía bien de lejos, llegaba tarde y en general las primeras filas siempre tenían asientos disponibles. Ellas porque eran genuinamente responsables y tomaban buenos apuntes.

Siempre nos juntábamos a estudiar en la Universidad porque era el punto más central, una vivía en Puente Alto, otra en Maipú y yo en Las Condes. A medida que pasaba el tiempo y las iba conociendo más, me empecé a dar cuenta de sutiles diferencias entre nosotras. Ellas habían estudiado en colegios públicos, eran primera generación que estudiaba en la U, tenían becas o créditos. Para ellas estar acá era un real logro, para mí era una trayectoria natural en mi vida.
Ninguna de estas cosas me importaba salvo la dificulta logística de que vivíamos muy lejos entre nosotras.

Si bien para mí estas diferencias no importaban, a ellas parecía incomodarles. Esto generaba una ligera barrera imaginaria. Ellas no hablaban mucho de sus familias, de donde vivían, donde habían estudiado. ¿Por qué nunca me habían invitado a sus casas? ¿Por qué yo no conocía a sus familias? Yo también empecé a tener miedo o vergüenza de contarles de mi realidad. ¿Pensarían que yo era una “pendeja cuica” si sabían dónde vivía, qué hacían mis padres o conocían mi casa?

Irónicamente parecía que todas nos sentíamos avergonzadas de dónde veníamos y una barrera de prejuicios estúpidos se interponía inconscientemente entre nosotras. Un día feriado queríamos juntarnos a estudiar en la Universidad, pero estaba cerrada. Pensé en invitarlas a estudiar a mi casa, pero no sabía si era una buena idea. ¿Qué pasaba si veían que vivía en una casa grande, que tenía auto, que recibía mesada? ¿Qué pensarían si supieran que yo no había tenido que trabajar para tener lo que tenía? 

En cierta forma me sentía afortunada, pero a la vez avergonzada. Nada de lo que tenía realmente me lo había ganado. Técnicamente nada me pertenecía. Finalmente decidí invitarlas a mi casa. Si realmente las consideraba mis amigas quería que conocieran todos los aspectos de mí. Aun los que me avergonzaban. Estudiamos toda la tarde en mi casa. En un minuto salí a traer la once y las vi cuchicheando. Les pregunté qué pasaba y me confesaron qué pensaban.

Andrea me contó que su mamá trabajaba como secretaria para las constructoras de estas casas grandes donde yo vivía y su papá era capataz en una empresa constructora. No recuerdo exacto sus palabras, pero dijo algo como: “Había estado en el condominio donde tú vives cuando pasaba a buscar a mis padres al trabajo. Siempre pensaba que las chicas que vivían en estas casas era unas niñitas mimadas que solo les interesaba casarse con alguien con plata, que no sabían nada de cómo funcionaba el mundo, que eran clasistas. Hasta que te conocí a ti”.

También me mencionaron algo que me choqueó: dijeron que en la Universidad a ratos se habían sentido discriminadas por esta situación. Pensaban que había compañeros que solo les hablaban para pedirles los apuntes, pero que nunca saldrían con ellas porque se morirían de vergüenza cuando tuvieran que decirles a sus papás que su polola vivía en Puente Alto.

¿Era verdad esta situación o era producto de estas barreras imaginarias generadas por prejuicios estúpidos? Sea como sea, lo importante es que ellas se sentían así.

Yo nunca me había sentido discriminada en la Universidad. Pero claro, tal como ellas me dijeron, yo “tenía pinta de cuica”, ¿por qué habrían de discriminarme?

Yo no sabía qué decir. La verdad, me sentí enormemente afortunada por haberlas conocido. Para mí ellas realmente habían hecho algo admirable: eran primera generación en entrar a la Universidad. Habían batido todas las estadísticas en su contra y habían llegado donde estaban. Gracias a ellas rompí la burbuja en la que había estado inmersa en el colegio. En cierta forma abrieron mi forma de ver el mundo. 

 

LA GRAMÁTICA DE LA INCLUSIÓN
Nayareth Pino
Estudiante de Pregrado
Mención Historia de mayor impacto

 

Todo tiene un orden, un lugar, un principio y un final. Sujeto, verbo, objeto. Inicio, desarrollo, desenlace. Bachiller, licenciado y profesional. Los profesores hacen sus clases en las salas y los estudiantes van, eligen un banco y se sientan a recibir esa clase. Los semestres avanzan y el orden parece ser el mismo. ¿Pero qué sucede cuando algo te pasa y ya no puedes seguir yendo a clases de la forma en que lo hacías antes? (…).

Cuando encontrar respuestas es difícil, cuando la experiencia humana, por amplia, se torna inasible, es bueno partir contando la propia experiencia (…). Cuando entré a Letras el año 2009 tenía ciertos miedos. Mi escolaridad la viví fragmentada innumerables veces por las cirugías reconstructivas maxilofaciales a las que me debía someter. Faltaba la mayor parte del tiempo a clases, pero gracias a mi militancia en la ñoñería nunca me vi perjudicada por eso. Sin embargo, sabía que en la Universidad las cosas serían distintas, porque en la Universidad nadie te espera, en la Universidad todo es hostil, decían algunos de mis profesores de media para asustarnos.

Para julio de ese año estaba programada una de las cirugías más grandes de mi vida, una cirugía que tenía muchos riesgos y que no me aseguraba un tiempo estimado de recuperación, por lo que todo era incierto. Cuando me operaron en julio, todo lo que podía fallar falló (…).

Decidí, una vez más, nadar contra la corriente y retomar los estudios en octubre. La dirección académica de Letras, que había estado atenta a cada uno de mis progresos post-cirugía, comprendió lo que ni mis doctores, ni mi familia pudieron entender: el anhelo por pertenecer. Porque aprender no es más que eso, en muchas ocasiones (…).

La profesora Marcela decidió modificar el tiempo y el espacio que tenían sus clases de gramática y abrir su oficina para mí. No hablo de estar disponible para dudas o consultas, hablo de transformar su oficina en una sala de clases en la que me enseñaría a analizar oraciones, en la que me diría que me estaba equivocando al identificar los complementos directos, en la que me ayudaría a comprender la lengua (…).

Somos en relación a otro. La inclusión no es otra cosa que querer crear con el otro. Crear, por ejemplo, una frase, que esa frase necesite de otra, que se le añadan complementos, que se requiera de otras palabras para nombrar lo ya nombrado, reconocer que, si bien esas palabras son distintas, tienen algo en común, tienen afinidades. Encontrar el orden es encontrar la forma de relacionarnos. 


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